21 de enero de 2008

Premios publicitarios

Casi al cierre del pasado año una institución bancaria distribuyó una variedad de premios de su propia creación a representantes de medios de difusión en algunas ciudades del país en una acción publicitaria que le acarreó un significativo rédito: la aparición gratuita de su marca en diarios, radioemisoras y canales de televisión.

Pero más allá de la eficacia alcanzada por tal estrategia de mercado cabe poner en evidencia tres lamentables aberraciones que ella trajo consigo para el mundo periodístico, a saber:

La falsa generalización en que incurrió al poner en una misma bolsa, bajo el denominativo común de “periodismo” y “periodistas”, a personajes que desempeñan las más diversas tareas —no necesariamente noticiosas— en los medios y, en particular, en la TV.

La confusión entre “más leído, oído o visto” y “mejor” que utilizó como base de selección de sus galardonados y que deriva en un engaño para la población.
La reducida y parcial muestra estadística que le sirvió en cada ciudad para determinar quiénes debían ser premiados.


La arbitrariedad de inmiscuirse en un campo de actividad que le es completamente ajeno y decidir, además, quiénes son los “destacados” en él.
En otras palabras, el show montado por el banco en cuestión, aparte de serle plenamente beneficioso en términos publicitarios, contrarió los límites y los valores del periodismo.


No es admisible, por ejemplo, que personas que solamente leen las noticias sean llamadas “periodistas”, algo tan absurdo como que alguien a quien le dictan desde control central las preguntas que recita crea que es “entrevistador”.

Tampoco es aceptable que se suponga que una eventual mayor audiencia — preferencia circunstancial atribuible a diversos factores, como el morbo en alguna estación televisiva— sea asimilada a una “mayor calidad” o que 700 encuestados sean considerados expresión fiel de la “opinión pública”.

En esa línea, y yendo a una situación extrema, nadie podría argumentar la coherencia de un premio a la literatura otorgado por un grupo de cirujanos o de otro que los arqueólogos quisieran ofrecer al mejor automovilista.

Sólo un diario nacional, que entendió la impertinencia y oportunismo de los citados reconocimientos bancarios, se rehusó a recibir uno. Otros medios, en cambio, acudieron presurosos a ser parte de la falacia.

Es preocupante que las organizaciones profesionales y sindicales del periodismo no se hayan pronunciado hasta ahora sobre este tema, pues su indiferencia puede terminar avalando una nueva práctica publicitaria instrumentalizadora de informadores y medios de información.
* Por Erick R. Torrico Villanueva, Director del Observatorio Nacional de Medios

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