3 de abril de 2013

Sensacionalismo en los medios: cuando la ética y el respeto a los derechos no valen nada


Óscar J. Meneses Barrancos[1]

A pesar de que el ejercicio periodístico es comúnmente relacionado con una celosa actividad profesional cultora de los valores de responsabilidad, seriedad y equilibrio, para no pocos es desconocido que la función informativa de los medios de difusión está regida por un sistema normativo integrado, en buena parte de su corpus, por criterios relativos al deber ser del producto final ofertado. Entre tales criterios —comúnmente condensados en los denominados códigos de ética y, en una especie de simbiosis de pautas deontológicas y preceptos desprendibles de la naturaleza y características del estilo periodístico, retomados en los manuales de estilo propios de cada medio— están aquéllos que se refieren a la práctica sensacionalista y que, aun explícitamente, se ocupan de su textual proscripción.

En el caso boliviano, como dos ejemplos de tales explícitos recaudos se pueden citar los siguientes:

Principio duodécimo del Código de Ética de la Asociación Nacional de la Prensa (ANP):

“Los medios deben evitar el sensacionalismo, porque éste no es periodismo. Por el contrario, es una forma de manipulación de la información”[2].

Principio segundo del Código Nacional de Ética Periodística, del Consejo Nacional de Ética Periodística (CNÉP):

“[No se debe] Acudir al sensacionalismo ni exhibir en ningún medio periodístico imágenes de cadáveres, de heridos graves o de personas en situaciones extremas; de manera morbosa y reiterativa[3].

En ese sentido, si se deja en claro que el sensacionalismo “es la modalidad periodística (y discursiva por tanto) que busca generar sensaciones —no raciocinios— con la información noticiosa”[4] y que, por ello, entraña “una deformación interesada de la noticia; implica manipulación y engaño y, por tanto, burla la buena fe del público”[5], se entiende que el objeto de aquellas previsiones, sobre todo de las ético-enunciativas, es precautelar la producción de mensajes informativos identificados con los valores noticia, esto es, equilibrados en su enfoque y estructura narrativos, próximos en su composición descriptiva y, ante todo, respetuosos en el tratamiento de los hechos y de sus protagonistas.

Lejos de prestarse a la constatación de una sobreacentuada susceptibilidad o de un exagerado celo en el cuidado del producto final destinado al público, tales previsiones, a la sazón y ritmo con que las noticias van abandonando las mesas de redacción, dejan ampliamente justificada su razón de ser, incluso —y sin una significativa merma, debe decirse— en los casos en que los productos noticiosos llevan el sello de los distintivamente considerados medios “serios”.

Una superficial revisión de lo entregado periódicamente bajo el rótulo de información “seria, equilibrada y responsable” podría bastar para corroborar la pertinencia de todo ese cuerpo preventivo: allí donde se busque, la probabilidad de toparse con seudonoticias, gestadas y formalizadas en acuerdo con enfoques y estilos transgresores, es preocupantemente alta. No otra cosa puede decirse luego de constatar que una buena parte de esos productos seudoinformativos está compuesta por mensajes que apelan a la dramatización, la exageración y la sobreexposición del dolor humano; que otro tanto está compuesto por narrativas encaminadas hacia el retrato, con morbo, de la violencia, la inseguridad, el sexo y la privación de los otros, y que en la restante porción, con frecuencia, la fetichización de la muerte y la espectacularización de la desgracia ajena son el principal ingrediente de una desenfrenada competencia por “contar”, “mostrar” y, bajo ciertas circunstancias, incluso “penalizar”.

En torno a este flagrante panorama de banalización de la información y vedettización de los acontecimientos cabe preguntarse por la razón que lleva a los medios a apostar, como si no existiera previsión ética contraria alguna al respecto, por un periodismo ligero, facilón y autocomplaciente. La respuesta es simple y concluyente: los medios sensacionalistas  buscan ganar audiencias y llenar sus bolsillos. Esto es, detrás de la decantación por la estimulación extrema a costa de la veracidad y de la preferencia de narrativas de acción en lugar de construcciones críticas está la desequilibrante preponderancia de un insaciable afán de lucro, afán que, dado el medio mercantilizante en el que se cultiva a diario, es incompatible con la visión y ejercicio de un periodismo sobrio, respetuoso, competitivo y autorregulado.

A modo de réplica, desde la otra vereda se podrá argumentar que, en la vida real, muchas cosas no siempre son como deben ser —o como se quisiera que fueran—, sino como conviene que sean. Esa forma de pensar, coincidente con la asunción de que el secreto del periodismo que vende radica en saber tomar partido a la hora de decidirse o por la calidad o la sobrevivencia —como si, por otra parte, ambas cosas fuesen irremediablemente excluyentes—, probablemente encuentre cierta validación práctica a la hora de hacer números. Sin embargo, si se hace abstracción de toda obviedad aritmética y se ponen paños fríos a los desbocados aprontes por constatar eventuales ganancias por concepto de ventas directas y/o publicidad, queda, como telón de fondo inocultable, el campo de la comunicación y de los derechos de las personas a ser bien informadas.

En ese terreno, representado por los hasta hace algún tiempo denominados Derechos de la comunicación y hoy escenificado por el todavía en proceso de configuración Derecho a la Información y la Comunicación (DIC), no hay lugar para comportamientos funcionales a priorizaciones economicistas. Al igual que lo que sucede en el campo de la ética, las transgresiones en éste equivalen a un frontal y abierto desprecio por los alcances de un periodismo hecho en serio.

En esta particular materia, afín a previsiones fundamentales para garantizar una convivencia ciudadana democrática y respetuosa de los derechos fundamentales de las personas, el periodismo sensacionalista entra en colisión directa con al menos tres principios en los que se asienta el DIC, a saber[6]:

Respeto a la intimidad (el sensacionalismo no protege la dignidad, la vida privada ni la reputación de las personas).

Interés público (el sensacionalismo no parte del fundamento de que lo transmitido debe pertenecer, preocupar afectar y/o favorecer al conjunto de la colectividad).

Protección de derechos (el sensacionalismo transgrede la garantía de vigencia y ejercicio de los derechos establecidos en las normas legales nacionales y convenios internacionales).

Así vistas las cosas, es clara la urgencia que hay de recuperar —idealmente por la vía de un debate franco y sin innecesarios atrincheramientos— un periodismo de calidad, capaz de sopesar conscientemente y sin dobles discursos la importancia de ofrecer unos productos respetuosos de las normas éticas y con un enfoque de derechos, de tal manera que en la convergencia de ambos se pueda dejar de usar a la información como una mercancía más y se la vea finalmente como lo que es, un preciado bien público.


Referencias

ASOCIACIÓN NACIONAL DE LA PRENSA (2007) Código de ética de la ANP. Disponible en: http://www.anpbolivia.com/index.php?option=com_content&task=blogcategory&id=21&Itemid=34. (Fecha de consulta: 21-03-2013)

BELTRÁN, Luis R. (2005). Sensacionalismo: lacra del lucro. Disponible en http://www.cdechamps-lycee-delacroix.fr/IMG/pdf/Sensacionalismo_Lacra_del_lucro.pdf. (Fecha de consulta: 20-03-2013).

CONFEDERACIÓN SINDICAL DE TRABAJADORES DE LA PRENSA DE BOLIVIA (2010) Legislación y Principios del periodismo. A. Oporto Impr. La Paz.

FUNDACIÓN UNIR BOLIVIA y OBSERVATORIO NACIONAL DE MEDIOS (2012) Información y Comunicación, Un derecho integral. Impr. Weinberg S.R.L. La Paz.

TORRICO, Erick (2002). El sensacionalismo, Algunos elementos para su comprensión y análisis. Disponible en http://www.saladeprensa.org/art374.htm#3. (Fecha de consulta: 21-03-2013).




[1] Investigador del Observatorio Nacional de Medios y docente universitario.
[2] Asociación Nacional de la Prensa (2007).
[3] Confederación Sindical de Trabajadores de la Prensa de Bolivia (2010: 99).
[4] Torrico, Erick (2002).
[5] Beltrán, Luis R. (2005: 1).
[6] Véase Fundación UNIR Bolivia y Observatorio Nacional de Medios (2012: 6 y 7).